Del odio al amor hay varios sorbos
A estas alturas de mi vida, dijo a los 26 años, he llegado a la conclusión que la relación más duradera y que más valoro es la que tengo con el café. Y es que el café ha estado conmigo en las buenas y en las malas; desde esas amanecidas interminables de tesis hasta en mis mejores juergas. Sin embargo, el inicio de nuestra relación fue algo turbulenta pero como bien dice el dicho lo bueno nunca es fácil (?)
La primera vez que lo probé tenía 15 años, recuerdo entrar a una cafetería y comprar lo más barato del menú #pobreza para que me dejaran sentarme en el local. “Un espresso, por favor”, le dije al barista, mientras el olor del café recién molido me coqueteaba. Debo admitir que, de solo ver el tamaño del vaso, los coqueteos terminaron y tras probarlo no solo pasó a la friendzone sino que se fue de frente a la lista negra, y créanme de ahí no sale mucha gente.
La vida siguió y el universo volvió a ponernos cara a cara el día que empecé a practicar en un banco. Para todos los que han intentado la locura de trabajar, estudiar y vivir (a una distancia de una hora entre ellos) sabrán, que es una locura que solo los valientes (y los que quieren graduarse) intentan. Ahí, el café era indispensable, era la gasolina que hacía funcionar el banco todos los días; pero yo, fiel a mi (importante) lista, nunca lo tomé y tomaba agua en su lugar #ilusa. Queda claro que esto duró 1 semana y por necesidad tuve que tomarlo y cuando digo necesidad era NE CE SI DAD. Tanto así, que tomaba una gota de café, con harta azúcar y leche para poder pasarlo. Sin embargo, poco a poco, pasito a pasito y bien despacito, el café comenzó a enamorarme de nuevo. Dejó de ser latte con todo el Splenda disponible a ser espresso; de ser el “más barato” a uno de especialidad y el año pasado sacó las grandes armas para terminar de enamorarme con un carajillo*.
Y es que al final, sí, me tomó muchos sorbos para pasar del odio al amor, pero es una experiencia que se las recomiendo a todos (de vez en cuando sufro por la Andrea del pasado que tuvo que tomar café instantáneo, perdóname Señor no sabía lo que hacía). El café no solo me ha reunido con amigos y ayudado en mis momentos de amanecidas, sino que me dado la oportunidad de conocer gente nueva, juerguear un miércoles a las 4 am con la excusa de “un carajillo y nos vamos” y, sobre todo, darme un espacio en el que el mundo se paraliza y solo importamos él y yo.
*Carajillo: trago a base de café y brandy/licor 43