Entre el sueño y la lucidez

Esta es una admisión difícil de hacer…pero no siempre fui amante del café. Ni qué decir…incluso hace unos años no podía ni siquiera comprender la fascinación por esta bebida fuerte y amarga. 

Pasé mis primeros años de adultez, en esos que parece que el café se vuelve un líquido vital para encender las mañanas, tratando de discernir entre si el café era en verdad una bebida necesaria o un simple esnobismo.

Pasaron los años y le fui restando importancia a este tema.

Eduardo llegó a mi vida hace poco más de 7 años. Como buen descendiente de italianos, él es de los que no empieza sus mañanas sin una buena taza de café. Solo. Fuerte y profundo.

Recuerdo que, durante nuestros primeros años juntos, él ni siquiera trataba de convencerme de acompañarlo con una taza de café. Él tomaba la suya a su hora, a su ritmo y yo me limitaba a tomar simplemente agua por la mañana.

Eduardo es una de esas personas que tiene pequeños pero significativos placeres en la vida, placeres que, si uno no observa detenidamente, podrían incluso pasar desapercibidos, pero para él, marcan toda la diferencia. El café es uno de ellos. Darnos los buenos días con besos en la cara, día tras día, después de 4 años de casados, es otro.

Tal vez fue esto lo que motivó a Eduardo a intentar mezclar dos de sus momentos mañaneros favoritos.

Una mañana, como cualquier otro, mientras yo estaba todavía adormilada, en ese curioso limbo entre el mundo de los sueños y el mundo lúcido, Eduardo me besó la cara, saltó de la cama y se fue, como de costumbre, derechito a la cocina para encender la cafetera. Es importante mencionar que su café, es todo lo que Eduardo hace en la cocina. Yo me levanté unos minutos después, él se acercó a mí, me besó tiernamente la cara y me ofreció una taza de café. Me negué, no era mi costumbre. Insistió usando un poco de chantaje emocional diciéndome que era un café especial y que quería compartirlo conmigo. Di un sorbo. Mientras escribo se me hace agua la boca solo de recordar ese momento en que el café empezó a cobrar sentido para mí. Vale la pena decir que semanas después pude darme cuenta de que lo especial del café no era la marca, ni sus características, ni mucho menos su origen, aún así, esa mañana, esa bebida fuerte y amarga, se volvió protagonista de un momento tan sutil como dulce entre mi esposo y yo. ¿Pero acaso no son los momentos más sutiles en los que más felices llegamos a ser? Para Eduardo y para mí, el café representa ese tiempo corto pero dorado, de cada mañana, donde podemos dedicarnos a simplemente ser, sin necesidad de hablar, simplemente a estar y contemplar. Esos momentos dorados donde parece que el tiempo se detiene durante esos minutos en los que la taza de café se mantiene humeando. Es su momento y el mío. Es lo que me hacía falta descubrir, el café es ese vínculo que enciende el placer e impulsa nuestros sentidos con relación a un momento, una persona, e incluso una memoria. 

Desde ese día, hace más de 2 años, hasta hoy, Eduardo y yo no nos saltamos nuestro café mañanero, ese momento entre el sueño y la lucidez, donde solo somos nosotros dos atesorando un momento común -más no corriente- lleno de sabor y de placer.

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Ana Riga

Health coach y terapeuta

 
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