Y, para ti, ¿Qué es el café?
Para muchos el café es lo primero en lo que piensan al abrir los ojos y enumerar las cosas por hacer. Para mí, quizás, sería una de las últimas cosas en las que pienso cuando me levanto (probablemente sea por qué pienso en sacarle cinco minutos más a la alarma y dormir un poquito más).
Para muchos otros, el café es la solución mágica y asegurada para sobrellevar días y noches largas sin cabecear. Para mí, el café es tan efectivo para combatir el sueño y el cansancio como lo es un caramelo de limón para el soroche.
Para otros tantos, el café es una costumbre adquirida y repetida todos los días, o al menos hasta que se termine la bolsita de café. Para mí, siempre ha sido un gusto esporádico por algo caliente y amargo en un día frío.
¿Entonces qué hago escribiendo sobre el consumo de café?
Creo que la respuesta sería que para mí el café tiene un significado distinto.
Al pensar en café, recuerdo aquellas tardes con mi abuelo, lo recuerdo hirviendo agua para su café, el cual siempre tomaba recién salido de la tetera casi a punto de ebullición. Recuerdo que le ponía un poco de café a mi leche que acompañaba con un pan caliente untado con mantequilla que al contacto se derretía. Esa mezcla entre el olor del café, la leche y el pan caliente acompañado de alguna historia de la familia son las memorias que tengo de los días con mi abuelo, a veces por las mañanas, otras veces por las tardes.
Al pensar en café, recuerdo a mi hermana menor, la verdadera amante del café en mi familia. Recuerdo a mis hermanos mayores tomando café durante sus días más agitados.
Hace algunos años atrás acepté un trabajo que me llevaba fuera del país por 30 días y me regresaba por una semana. El sexto día de mi semana en Perú era el día de alistar maleta. Durante la semana hacía una lista mental de las cosas que me harían falta durante mi tiempo afuera. Casi sin notarlo, luego de ir agregando y sacando cosas de esa lista, el café se fue posicionando en mi lista de cosas que DEBÍA llevar.
Y quizás se debió a que se hizo una costumbre en la oficina que compartía con mis compañeros, todos de distintos lugares, de pasar café, el que hubiera a la mano: colombiano, dominicano y si había suerte y alguien era generoso, también peruano. Creo que estando tan lejos, tomar una taza o cinco de café me hacía extrañar un poco menos a todos los que dejaba por esos largos 30 días y al parecer era un sentimiento que compartía con otros expats como yo que hacían su cola en el kitchenette con su bolsita de café de diferentes nacionalidades bajo el brazo.
Ya ahora en casa, cada vez que pasan café, su aroma me hace pensar en cada una de esas personas para quienes el café es más que una costumbre.