El café de la mañana
No debe existir desayuno más universal que el café, pienso en como todas las mañanas la gente se levanta y hace café. Yo me levanto todas las mañanas y hago café. No puedo creer que diga esto pero extraño tomarlo apurada, extraño llevármelo en un vaso térmico cuando me quedo dormida, extraño no poder comer nada porque me falta tiempo. Hoy que todo está lejos pienso que lo único que me acerca al exterior es este café y todas las manos por las que tuvo que pasar hasta llegar a mí.
Hoy me tomo el café tranquila, tengo tiempo de hacerlo, de elegir cuanta leche y cuanta azúcar, puedo calentarlo de más porque puedo esperar que se enfríe. Hace 40 días que tomo el café tranquila y casi todos los días seguir teniendo tanto tiempo para hacerlo me confunde, me sobrepasa, sé que después de ese primer café comienza una sucesión de horas y más café, esperando que pase el tiempo y deseando que termine el día, para pasar a un mañana que se vuelve repetición del hoy. Deseo que vuelva el café como sensación de libertad en cualquier lado, cualquier momento y acompañada por quien toque esa mañana.
Desayuno frente a la computadora mientras llega la videollamada de mis compañeros, detrás de cada pantalla se ven las tazas, esas que tienen en casa y que uno no conoce, esa intromisión en la intimidad del otro me asusta. Ver las tazas, las fotos en sus paredes, los libros que leen, ver pasar por detrás a sus parejas, sus hijos, ver qué pasa en sus vidas privadas sin pedir más permiso que una llamada obligada por trabajo me hace sentir una intrusa. Cuando vuelva a verlos cara a cara sabré quien tiene una taza con su nombre, de qué color tiene cada uno las paredes de su casa y podré elegir a quien recomendarle un libro del autor que vi en alguna de esas bibliotecas.
Siempre tomaba café delante de la computadora, hoy no tengo elección de hacerlo de otra forma, la gente me demanda por la mañana, es el celular o la computadora. No me gusta. Prefiero el desayuno apurada a la pantalla constante, sé que una vez que me conecto sigo hasta tarde. Trabajar desde mi casa no es trabajar menos, es tomar más café y tener la sensación de que afuera pasa todo sin que a mí me pase nada, aunque me hunda en trabajo, lecturas y preguntas.
Que distinto es tomar un café así, a la distancia, extraño cuando lo tomamos juntos, cuando hay cinco minutos en la oficina para disfrutar el café, quizás ese café pasado no sea tan malo. Ese olor a café que inundaba mi trabajo hoy se propaga por mi casa y me lleva a pensar en todas las cosas que no puedo hacer esta mañana, pero también me recuerda que en algún momento volveré a esa vida normal y conociéndome… extrañaré este encierro y el café sola y tranquila.