Eso que huele así
Olía delicioso. Un olor entre amargo, dulce y tostado.
Me acerqué por detrás a mi abuela entrando de puntillas a la cocina. Vi delante de ella la enorme taza de loza y su mano revolviendo despacio el líquido oscuro. Su mirada estaba mucho más allá. Cerró los ojos y aspiró, profundamente.
- ¿Qué es, abuela? – pregunté-.
Pareció regresar desde muy lejos. Me sonrió blandamente, como suelen sonreír las abuelas.
- ¿Qué es qué, chiquilín? – me preguntó-.
Bajé la mirada y señalé la taza humeante que tenía delante de sí.
- Eso que huele así, abuela. Eso que mueves en la taza – contesté-
Se enderezó en la silla y se acomodó el chal de lana que llevaba sobre los hombros.
- ¿Quieres probar? – me dijo con un guiño-.
Asentí varias veces poniendo las manos juntas delante del pecho, como rezando. La vi detener la cuchara y, sobre la superficie del líquido sobre la taza, formarse una espuma tenue. Como perlas en un mar oscuro.
- Abre la boca y cierra los ojos… – me dijo, mientras me alcanzaba una cucharada -
Abrí la boca y confié.
(No lo vi, pero sabía que ella imitaba mi gesto, abriendo la boca mientras vertía el líquido oscuro y tibio entre mis labios)
* * * * * * * *
Amaneció nublado hoy, pienso. Sobre la mesa, los cuadernos añaden desorden a los garabatos que dibujan los cables de la notebook. Tres lápices se desparraman como una inútil rosa de los vientos. La playlist aleatoria, ¡cosa curiosa!, cae en los “I don’t like Mondays”, de los Boomtown Rats. A mí tampoco me gustan, pienso. Voy hacia la cocina. Para variar, a nadie se le ha ocurrido lavar la cafetera. La jarra aún tiene restos del café de ayer. Respiro hondo y enfrento el agua fría con un estoicismo de caricatura. Saco la bolsa del café molido. Aspiro. Vierto el polvo en la canastilla hasta colmarla. Añado el agua y espero. Hay volutas que no veo, pero llegan a mí en el momento más justo, burbujas sonoras que invaden fugaces mi oído. El color es brillante, mezcla de ébano y canela. Pongo la taza delante de mí. La lleno. Ojalá solee, pienso. Levanto la taza, cierro los ojos y -como alguna vez- bebo mi primer sorbo.
Y me siento de nuevo en casa.