Humeante compañero
Son las 6 a.m. y hace siete grados en Buenos Aires, me encuentro a 3,141 kilómetros de mi hermoso Perú, combatiendo las ganas de salir de la cama, enfrentarse al frío y al incansable trabajo hospitalario. Sabiendo que lo único que puede mejorar la situación es el sonido de la cafetera y el intenso aroma del café que inunda todo el ambiente mientras me termino de cambiar.
Cerca de las 8 a.m. solemos hacer un pase médico de nuestros pequeños pacientes internados y sus familias prestas a escuchar las historias que nuestros compañeros, que con ojeras y la palidez que caracteriza una noche agitada pero con la satisfacción de que una vez más lo dimos todo, nos relatan. Como si fuese un acto inaugural, las tazas humeantes nos esperan sobre la mesa, me tomo unos minutos abrazando aquella taza térmica que me acompaña en cada momento, momentos de decisiones, de debates y de diagnósticos, que se van armando y desarmando en mi mente con cada sorbo.
Esa sustancia cargada de energía, que es capaz de devolver al más cansado las ganas de continuar, que les cambia la coloración de la piel a los que estuvieron en vela cuidando lo más preciado para nosotros, nuestros pacientes. Nuestro fiel compañero de noches de estudio, de meriendas con amigos, de tardes en compañía, el que humea a nuestro lado cuando creemos que el cansancio nos vence. Es el mismo que me acompaña durante las largas noches de trabajo y logra reconfortar no solo el cuerpo sino también el alma. Para muchos es solo una bebida para pasar el día para mi es el inicio de la jornada y todo lo que depara en ella.
En Capital Federal aún sigue haciendo frío, voy caminando a casa, como el paseo diario que uno anhela, tratando de no llevarse consigo el trabajo, el hospital y a los pacientes, cosa que sucede en pocas ocasiones. Tan solo me detengo a pensar que no hay mejor plan que un tazón de café con leche, un libro y la imaginación, que en este tiempo en el que vivimos nos permite salir sin preocupaciones sabiendo que todo va a mejorar.
Carolina Torres